El pistolero by Stephen King

El pistolero by Stephen King

autor:Stephen King [King, Stephen]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1982-01-01T05:00:00+00:00


DIEZ

El padre de Roland acababa de regresar de las tierras altas y parecía hallarse fuera de lugar entre los cortinajes y los perifollos de chifón del salón principal, al que al muchacho se le permitía acceder desde muy poco antes, como reconocimiento por su aprendizaje.

Steven Deschain iba vestido con tejanos negros y una camisa de faena de color azul. Llevaba la capa sucia y polvorienta, y desgarrada en un punto hasta el forro. Colgaba descuidadamente de uno de sus hombros, sin consideración alguna hacia la forma en que contrastaba con la elegancia de la habitación. El hombre estaba terriblemente delgado y al bajar la vista hacia su hijo dio la impresión de que el poblado mostacho le lastraba la cabeza. Las cartucheras cruzadas sobre sus caderas pendían en el ángulo exacto que convenía a sus manos; a la lánguida luz de aquel interior, las cachas de madera de sándalo parecían apagadas y soñolientas.

—El cocinero jefe —repitió su padre suavemente—. ¡Imagínate! Los rieles que volaron en las tierras altas, al término de la vía. El ganado muerto en Hendrickson. Y tal vez incluso… ¡Imagínate! ¡Imagínate!

Estudió a su hijo con mayor detenimiento.

—Te remuerde la conciencia.

—Como el halcón —dijo Roland—: remuerde. —Se echó a reír, más por la sorprendente conveniencia de la metáfora que porque hallara algo de jocoso en la situación.

Su padre sonrió.

—Sí —añadió Roland—. Supongo que… me remuerde la conciencia.

—Cuthbert estaba contigo —observó su padre—. A estas horas, ya se lo habrá contado a su padre.

—Sí.

—Os dio de comer a los dos, aunque Cort…

—Sí.

—¿Y Cuthbert? ¿Crees que él también tiene remordimientos?

—No lo sé. —La idea carecía de importancia. No le interesaba comparar sus sentimientos con los de otras personas.

—¿Es porque tienes la sensación de haber causado la muerte de un hombre?

De mala gana, Roland se encogió de hombros, repentinamente insatisfecho con este interrogatorio sobre sus motivos.

—Pero me lo has dicho. ¿Por qué?

El joven abrió mucho los ojos.

—¿Cómo no iba a decírtelo? La traición es…

Su padre le interrumpió con un imperioso ademán.

—Si lo has hecho por un motivo tan mezquino como una idea sacada de un libro de texto, ha sido algo indigno. Preferiría ver a todo Taunton envenenado.

—¡No es por eso! —Las palabras surgieron de él con violencia—. Quería verlo muerto. ¡A los dos! ¡Embusteros! ¡Negros embusteros! ¡Serpientes! Ellos…

—Adelante.

—Me han hecho daño —concluyó, desafiante—. Me han hecho algo. Han hecho que algo cambiara. Por eso quería matarlos. Quería matarlos allí mismo.

Su padre asintió.

—Eso es crudo, Roland, pero no indigno. Ni moral tampoco. De hecho… —Miró a su hijo—. Es posible que la moral siempre esté fuera de tu alcance. No eres vivo como Cuthbert o el chico de Vannay. Eso te hará formidable.

El muchacho, antes impaciente, se sintió a la vez halagado e inquieto.

—Y Hax…

—Oh, lo colgaremos.

El chico asintió.

—Quiero verlo.

El viejo Deschain echó la cabeza atrás y se rio a carcajadas.

—No tan formidable como creía… o quizá igual de estúpido. —Cerró bruscamente la boca. Una mano se alzó como un relámpago y aferró dolorosamente el brazo del muchacho. Roland hizo una mueca, pero no se arredró.



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